Las manos campesinas que detuvieron el desierto
Por las venas de Yacouba Sawadogo, un campesino de Burkina Faso, corre sangre de titán. Sus desconocidas manos han logrado, bajo la filosofía de vivir en consonancia con la naturaleza y el amor por su tierra, recuperar para la agricultura una devastada región del Sahel, empleando para ello métodos tradicionales que habían sido abandonados por una mecanización que naufragó.
Una franja de tres millones de kilómetros cuadrados de aridez se extiende desde el Atlántico al mar Rojo, bañando con sus altas temperaturas las regiones más pobres del planeta. En Shael, “el cinturón del hambre”, cuando aún la humanidad no se había percatado del cambio climático, ya se sufrían sus consecuencias. Las sequías se tornaban incansables, extremas, y el desierto avanzaba imparable entre sus intestinos a hombros de la deforestación, cuyas llamas avivaba una población creciente que encontraba en la leña el único recurso para cocinar y calentar sus entumecidas extremidades.
Desde la década de los 70 pocos han podido gozar de bonanza en esta tierra olvidada, en aquellos años y durante los 80, varios
En este guardián del Sáhara, al norte, y las tierras fértiles tropicales, al sur, las prolongadas sequías han convertido el suelo de lo que fue una sabana en una dura costra que, ni la lluvia ni las raíces de las plantas logran traspasar. Burkina Faso, un pequeño país sin salida al mar y de escasos recursos naturales, queda encajonado en esta región, una de las más áridas del mundo, que escama y hace inservible su piel.
En 1980 un campesino local, Yacouba Sawadogo, decidió que quería curar la enfermedad que padecía su tierra. Así, sin financiación ni ninguna organización que le amparase, empezó a recuperar una técnica de cultivo tradicional autóctona llamada zaï. Un método sencillo y económico, que se antoja incompatible con una agricultura mecanizada e industrializada como la que buscaban aplicar los técnicos del Banco Mundial. Su desarrollo requiere de paciencia, trabajo y muchas manos. Con una azada o un palo se cavan en la tierra pequeños pozos de varios metros de profundidad, que posteriormente se llenan con estiércol y semillas. Estos, son capaces de retener mejor la humedad acumulada durante la época de lluvias y almacenarla durante los meses secos.
El estiércol atrae a las termitas, que digieren la materia orgánica liberando más nutrientes para las plantas, y crean una red de galerías que ayuda a que el agua circule bajo la tierra cuando llueve. Asimismo, se extienden en los campos los pierreux cordonés, largas hileras de piedras que retienen y embalsan el agua de la lluvia y evitan la erosión.
Inicialmente, la genialidad de Sawadogo fue tildada de locura, pero poco a poco la eficacia de su método sedujo los pensamientos de la muchedumbre. “Llegué a ser el único agricultor que tenía algo de mijo de aquí a Malí”, recuerda el protagonista en un documental del cineasta inglés Mark Dodd producido por encargo de la BBC y estrenado en el Reino Unido en 2010.
Con el tiempo, los resultados fueron cautivando las miradas de los propios habitantes, después las de las autoridades burkinabesas y, finalmente, las de los expertos internacionales de la FAO y el Banco Africano de Desarrollo. Así, el movimiento que inspira este campesino ha plantado millones de árboles en una zona de cientos de hectáreas que ya hace mucho que fue deforestada.
Desde entonces, su ingenio se viene exportando con éxito a otros países de la región, y constituye una prueba de que las soluciones a los problemas residen dentro del propio continente. Una razón práctica, que puede servir de soporte para el discurso afro-optimista sobre el presente y el futuro de la mayoría de países africanos, un discurso que ha desbancado al tradicional afropesimismo, un relato trágico y pesimista sobre África que se inspira en las tesis hegelianas del siglo XIX.
Chris Reij, uno de los mayores expertos mundiales en recuperación de tierras áridas, que trabaja para el Instituto de Recursos Mundiales de Washington y la Universidad Libre de Amsterdam, ha reconocido que “Sawadogo por sí solo ha tenido más impacto en la conservación del suelo y el agua en el Sahel que todos los investigadores nacionales e internacionales combinados”. Mientras que Ali Oudregou, técnico del Ministerio de Agricultura burkinabés, afirma que han “visto los resultados extraordinarios de su sistema, que permite a los campesinos duplicar y hasta triplicar sus cosechas“.
Así, la tradición, junto con las manos, el ímpetu y el sentimiento de amor a la tierra de Sawadogo, ha fabricado el fármaco perfecto para que la tierra vuelva a producir, el desierto retroceda y la gente evite la emigración. Todo ello atendiendo a una técnica bajo la que se esconde una filosofía de relación con la tierra que no puede ni debe olvidarse, y que Yacouba define como producir lo que la tierra puede dar, no intentar nunca sobreexplotarla, ni pretender conseguir más de lo que es razonable y sostenible.