Muchos de los grandes hallazgos a lo largo de la historia han sido fruto de la serendipias, pero … ¿Qué es una serendipia?
No es un accidente, ni una casualidad, ni tampoco un golpe de buena suerte, aunque lo pueda parecer. El sujeto con mente abierta contempla todas las posibles soluciones, por inverosímiles que parezcan, mientras busca algo específico que resuelva su problema. Es perfectamente conocedor de qué es lo que le falta y espera encontrar la solución. La serendipia no es magia, pero en ella interviene la magia porque la solución surge de modo inesperado y del rincón más oculto de nuestro ser.
El término serendipia deriva del inglés Serendipity, acuñado en 1754 por el escritor británico Horace Walpole a partir del cuento tradicional persa titulado “Los tres príncipes de Serendip”, en el que los protagonistas solucionaban sus problemas gracias a increíbles casualidades. A partir del siglo XVIII se utiliza este término para denominar a todos esos descubrimientos producidos por la combinación de sagacidad y accidente. En nuestro idioma podría asemejarse al termino coloquial “chiripa”. En cualquier caso no debe confundirse con los Fenómenos Eureka ya que esta denominación corresponde al descubrimiento de algo que se persigue con afán. Serendipia, por el contrario, tiene carácter de fortuito.
La historia está llena de descubrimientos “serendípicos” en campos como la ciencia y la tecnología. Lo que distingue de los demás a un científico con facultades para la serendipia no es su preparación o su inteligencia, sino que, al observar lo que sucede a su alrededor, sabe reconocer lo que a los demás les pasa desapercibido. Sabe acercarse a la serendipia, y seguramente lo hace a través de la observación, utilizando su imaginación y dejando volar su intuición.
En 1870, en un intento de sustituir el preciado marfil por otro material para construir bolas de billar, el inventor americano H.W.Hyatt se encontraba prensando una mezcla de serrín y papel con cola porque creía que así conseguiría el nuevo material. Sin pretenderlo, sobre ella volcó un frasco de Colodion (nitrato de celulosa disuelto en éter y alcohol) que había en su botiquín lo cual provocó una reacción química cuyo producto es lo que hoy conocemos como celuloide
En 1922 el Dr. Fleming se encontró con que una placa de bacterias que estaba analizando se contaminó con un hongo. Observó que alrededor de ese hongo no crecían las bacterias e imaginó que ahí había algo que las mataba. Este episodio dio inicio al descubrimiento de la Penicilina.
El químico Auguste Kekule llevaba mucho tiempo intentando encontrar la estructura de la molécula de benceno. Según cuenta en sus memorias, durante un sueño comenzó a ver átomos que danzaban y chocaban entre si, varios de los cuales se unieron formando una serpiente. De repente, la serpiente se mordió la cola y Kekulé despertó con la idea de esa estructura molecular. A nadie se le había ocurrido hasta ese momento, en 1865, que pudiera tratarse de un compuesto cíclico.
El Post-it nació a mediados de los anos 70 en la fábrica de 3M a partir de un olvido de un operario que no añadió un componente a un pegamento. Toda la partida de pegamento se apartó y guardó, por resultar demasiado costoso. Uno de los ingenieros de la empresa pensó que sería cómodo tener marcadores de hojas con un poco de pegamento que no fuera demasiado fuerte y que permitiera ser pegado y despegado muchas veces. La vieja partida de pegamento defectuoso acudió a su mente.
Durante un sueño, el físico danés Niels Bohr que en 1900 trabajaba en descubrir la configuración del átomo, imagino un posible modelo de dicha configuración, y al despertar, lo dibujó en un papel sin darle mucha importancia. Poco tiempo después, volvió a ese papel y se dio cuenta de que lo que allí había dibujado era precisamente la estructura del átomo.
A Calvin, premio Nobel de Química en 1961, le llego la inspiración sobre la explicación de la fotosíntesis de las plantas mientras permanecía sentado en su coche esperando a que su mujer terminara de hacer unos encargos.
Durante el verano de 1940 el ingeniero suizo George de Mestral observó su chaqueta cubierta de cadillos (cardos esféricos que se pegan a la ropa) tras un paseo por el campo. Al arrancarlos de su abrigo y estudiarlos al microscopio, descubrió que poseían numerosos ganchos de una forma peculiar que les hace adherirse muy eficientemente en otras superficies igualmente irregulares. Así surgió el cierre de Velcro. El Teflón®, por el contrario, fue descubierto gracias a un error de funcionamiento de un experimento durante el desarrollo de sustancias refrigerantes que el Dr Roy J. Plunkett estaba llevando a cabo en 1938.
El Dr. Albert Hofmann en 1943descubrió accidentalmente una de las drogas alucinógenas más poderosas, el LSD. Durante su investigación sobre los derivados del ácido lisérgico obtuvo el LSD-25, el cual carecía de interés desde el punto de vista farmacológico, por lo que se dejó de investigar sobre él. Sólo cinco años más tarde, y debido a que, sin motivo aparente, no podía olvidarse de aquella sustancia, volvió a sintetizarla. Presumiblemente una mínima cantidad de LSD tocó la punta de sus dedos y fue absorbida por su piel. Despierto, pero en un estado de ensoñación, percibió una serie interminable de fantásticas imágenes con intensos y caleidoscópicos juegos de formas y colores que no se desvaneció hasta pasadas unas dos horas.
Hasta 1865 resultaron infructuosos todos los esfuerzos por crear una tabla periódica para ordenar los elementos químicos, ya que todos ellos tenían propiedades muy diferentes. Dimitri Mendeleyev intuía que existía un nexo de unión entre los distintos elementos, por eso, preparo 63 tarjetas donde se incluían las propiedades y el peso atómico de cada uno de los 63 elementos que se conocían por aquel entonces, e intento ordenarlos de todas las forma posibles. Un día, en sueños, le vino la solución, y al despertar, comenzó a ordenarlos como los conocemos hoy en día. Como hecho curioso, basándose en su intuición sospechó que su tabla periódica no era perfecta porque faltaban elementos por descubrir. Así, describió las propiedades de tres elementos aún no descubiertos para los que dejó un hueco concreto en la tabla. Años después, todas sus predicciones se hicieron realidad, pues tres elementos fueron descubiertos y estos poseían las características y propiedades que él vaticinó.
Daguerré, en 1835, perseguía lograr fijar una imagen fotográfica con la máxima nitidez posible, pero no había tenido éxito con ninguno de los productos que había utilizado. Un día guardó varias placas con las que había estado experimentando en un armario y, al sacarlas de nuevo, observó que en ellas la imagen aparecía clara. Este había sido el accidente, pero el autentico descubrimiento procede de la intuición de Daguerré al concluir que el vapor de mercurio de un termómetro que se derramó fue el causante del milagro.
Otros acontecimientos que también se atribuyen a la serendipia son el origen del Dulce de Leche, como producto del olvido de una criada al dejar en el fuego la leche con azúcar (preparación conocida en esa época como “lechada”), o incluso la llegada de Colon a América, si nos basamos en el planteamiento original del viaje (descubrir una nueva ruta hacia las indias) y el resultado obtenido,
En el mundo de las letras existen lo que vendríamos a denominar serendipias literarias: cuando un autor escribe sobre algo que ha imaginado y que no se conoce en su época, y se demuestra posteriormente que eso existe tal como lo definió el escritor con los mismos detalles. No debe confundirse ni con las anticipaciones ni con la ciencia-ficción, ya que en éstas se adelantan inventos mucho más genéricos que cualquiera creería que probablemente algún día llegaran a existir.
Jonathan Swift, en 1726, en su libro “Los Viajes de Gulliver” describió dos supuestos satélites naturales de Marte, hecho que en 1752 se repetiría en la obra de Voltaire “Micromegas”. El descubrimiento científico de los satélites Fobos y Deimios no ocurrió hasta 1877
En “La Narración de Arthur Gordon Pym”, obra escrita en 1838 por Edgar Allan Poe, se relata cómo cuatro personas acaban a la deriva en una barca sin alimentos ni bebida después de naufragar. El más joven, un grumete llamado Richard Parker, propone que uno de ellos sea asesinado y sirva de alimento a los demás, siendo él el elegido. Cuarenta y seis años después, en 1884 el buque británico Mignonette, naufraga con sus cuatro tripulantes a bordo. Durante cerca de veinte días quedan a la deriva en un bote salvavidas sin provisiones hasta que deciden dar muerte, para comérselo y tener así la posibilidad de sobrevivir a un grumete de 17 años llamado Richard Parker, que cayó enfermo.
Steve Jobs, presidente de Apple, se vió obligado en 1972 a abandonar la universidad por el elevado coste de sus estudios, pero tomo la decisión de asistir a aquellos cursos que despertaran su interés y así es como empezó a recibir clases sobre Tipografía. Las tipografías que incluyó 10años después en el primer Macintosh, fruto de aquel aprendizaje aparentemente inútil, fueron uno de los elementos que marcaron la diferencia con el resto de tecnologías que existían en aquella época. Cuántas veces nos hemos preguntado “¿qué hago yo en este curso o en esta situación?”. La clave consistiría en no despreciar ningún tipo de aprendizaje. Y estar preparados para cuando llegue el momento. Aunque no seamos conscientes de ello, en nuestro cerebro existe una actividad incesante de conceptos que puede que algún día encuentren la forma de conectarse y nos lleven a generar grandes ideas.
Las serendipias no son solo patrimonio de científicos o escritores, cualquiera de nosotros puede presenciarlas en nuestra vida cotidiana: ¿quién no ha experimentado casualidades que le llevan a resolver una situación? Por nuestra vida cruzan constantemente pequeños y grandes momentos de Serendipia, tan solo debemos estar atentos para aprovecharlos
¿Cuestión de suerte o intuición? Quizás sean ambas. Puede que la intuición y la suerte vayan de la mano… puede que la intuición sea un golpe de suerte.
“El descubrimiento consiste en ver lo que todos han visto y pensar lo que nadie ha pensado”
Albert Szent-Gyorgy
Paloma Hornos